ESPAGNE

Sobre la función terapéutica en el asesoramiento a familias
con padres adeptos a un "grupo-secta"

Miguel Perlado Recacha *

Psicólogo. Psicoterapeuta

Resumen

El presente trabajo aborda alguna de las dificultades del asesoramiento terapéutico a familias en donde uno o ambos cónyuges pertenece a un "grupo-secta". Se presentan diversas situaciones clínicas para ejemplificar las demandas más frecuentes recibidas en el servicio terapéutico de Asesoramiento e Información sobre Sectas (AIS). Se presta especial importancia a las situaciones de separación de la pareja de padres como consecuencia del compromiso de uno de ellos con uno de estos grupos.

Palabras Clave secta, familia, infancia, adepto, dependencia, manipulación psicológica

 

Introducción

La familia es un grupo especializado en una tarea muy específica, la de generar las condiciones necesarias para favorecer el crecimiento de sus miembros y contener sus ansiedades. Por otra parte, la familia como grupo, posee una identidad determinada y una ideología particular.

Un psicoanalista británico ya fallecido pensaba a la familia en términos de "un grupo muy especial que se ha institucionalizado con la función de ser una matriz parental con dos sistemas inconscientes dentro suyo (el continente o sistema parental y el contenido o sistema filial) [...] desde este punto de vista, la familia es una estructura viva y única, que participa y da forma al aparato mental de cada uno de los miembros, sobre todo en lo tocante a los niños" (Thomas, 1987).

El inicio de la familia lo encontramos en la pareja, que para constituirse en familia deberá ir generando un espacio mental que permita que el futuro hijo pueda ser pensado antes que engendrado. El espacio mental compartido de la pareja deberá sufrir, por tanto, una serie de transformaciones que deriven en un espacio parental. Con la llegada del bebé, éste ayudará con sus demandas emocionales a los padres a seguir desarrollando la parentalidad.

En la creación de ese espacio parental intervienen numerosos factores, entre los que podemos destacar la propia historia personal y de relación de la pareja, la estructuración edípica de cada uno de los padres, el bebé ideal fantaseado, el bebé real que viene al mundo y todo un conjunto de condicionantes externos en los que se desarrollará el proceso.

El grupo familiar desarrolla una serie de funciones introyectivas que favorecen el crecimiento, como son la capacidad de generar amor, fomentar la esperanza, contener el sufrimiento depresivo y promover la capacidad de pensamiento.

La aparición del "sectarismo" en alguno de los miembros de la familia y más especialmente entre los padres, lleva al grupo familiar a una situación de crisis y de conflicto. Ahora bien, que exista un conflicto en la familia (interno o externo) no implica necesariamente la existencia de una patología; es más, una familia sin conflictos es probable que no se desarrolle, debido a que no hay cambio posible sin conflicto.

En las situaciones de crisis, la membrana familiar (Dicks, 1970) se resquebraja y pasan a predominar las funciones proyectivas del tipo suscitar el odio, fomentar de la desesperación, aumento de la ansiedad paranoide ante la imposibilidad de contener el dolor mental y creación de confusión debido a la dificultad de generar pensamiento.

En las complicaciones por "sectarismo", existe un factor externo real generador de una alteración del equilibrio existente en la familia. La situación se enreda, además, porque la perversidad de estos grupos se extiende no sólo sobre los padres, sino que también puede alcanzar a los niños. El impacto del "sectarismo" sobre la familia constituye un acontecimiento vital que hará tambalear a sus miembros y cuando incida sobre el sistema continente, se producirá una alteración importante en la capacidad de los padres para asumir sus funciones parentales.

Si nos preguntamos cómo es que las personas se comprometen con un grupo considerado "secta", la única conclusión segura que podemos extraer por el momento es que tal vinculación obedece a muy diferentes razones y que existen importantes diferencias individuales en cuanto al grado de afectación. De una reciente revisión de los trabajos publicados con relación a si estos entornos grupales son dañinos (Aronoff, Lynn, & Malinoski, 2000), se desprende que (1) las personas que se comprometen con estos grupos no presentan necesariamente psicopatología previa, (2) en general, los adeptos aparecen bien ajustados psicológicamente y sin psicopatología asociada, aunque la psicopatología podría estar enmascarada por las medidas de conformidad y las demandas grupales y (3) una pequeña pero creciente parte de la investigación indica que al menos una parte sustancial de exadeptos experimentan dificultades de adaptación.

El impacto que tenga un grupo dogmático sobre la familia dependerá, en primer lugar, del momento en que éste haga aparición dentro de la historia familiar. Podemos suponer unos efectos diferentes según haga su aparición en el momento de creación de la pareja, de la formación del espacio parental o cuando ya han nacido los hijos. En el presente trabajo nos centraremos, fundamentalmente, en la incidencia que tienen cuando la familia ya está constituida y hay hijos de corta edad.

 

Compromiso dogmático y ruptura de la pareja de padres

Aún existiendo poca literatura sobre las repercusiones en niños del compromiso dogmático de los padres, la experiencia tanto clínica como jurídica muestra que algunos grupos pueden dañar a los niños. Al igual que en el adulto el compromiso con estos grupos se da en una zona de encuentro entre un sujeto en crisis y un grupo voraz, también en el caso de los niños las posibles repercusiones derivadas de la pertenencia de uno o ambos padres a un grupo dependerán del grado de adhesión de los mismos y de la misma estructura y funcionamiento del grupo. Además, como nos indica una especialista francesa (Jougla, 2000) la gravedad del impacto sectario dependerá de cinco parámetros: 1) del grado de peligrosidad del grupo, 2) de la naturaleza del acto de maltrato sobre el niño, 3) del nivel de desarrollo mental del niño, 4) de la edad del niño y 5) del grado de implicación del entorno familiar en el grupo.

Los motivos de preocupación sobre la influencia del dogmatismo en los niños no se limitarían exclusivamente a negligencias médicas que podrían evitarse (Asser, & Swan, 1998) o a los abusos físicos y/o sexuales que pueden llegar a justificarse mediante el discurso del grupo (El Mountacir, 1993), sino de un modo más genérico y no por ello menos importante al riesgo de que el ambiente del grupo interfiera en el crecimiento mental del niño debido a un estado de desparentalización (Diet, 2002).

Algunos clínicos (Markowitz & Halperin, 1984), han podido observar que existe una relación entre el abuso infantil, la doctrina del grupo y la presencia de ciertas características comunes entre los adeptos, como por ejemplo: (1) el empleo generalizado de la disociación, estilo defensivo que es reforzado por estos grupos; (2) el narcisismo de los padres, en consonancia con la exaltación narcisista que promueven estos grupos, puede llevar a daños narcisistas sobre el niño y al empleo masivo de la identificación proyectiva; y (3) la dependencia que experimentan los padres adeptos, con la consecuente interferencia que puede causar en sus funciones paternas, ya sea porque tal dependencia les imposibilita para un cuidado efectivo de sus hijos o porque al entrar en una crisis de conocimiento no pueden asumir sus funciones parentales.

De este modo, la pertenencia de los padres a un grupo dogmático puede llegar a ser un riesgo real para los hijos, riesgo que aumenta cuando el padre comprometido con el grupo presenta una dependencia intensa y cuando el grupo propugna unas medidas rígidas con respecto al cuidado y la educación de los hijos.

En las situaciones en que uno de los padres pertenece al grupo y el otro no, uno de los resultados más frecuentes es la ruptura matrimonial debido a una tensión insoportable. Sin duda, debemos suponer la existencia de numerosas situaciones que ni siquiera llegan a consultar, debido a que toman la separación como la medida de resolución del problema y no se plantean ni siquiera la posibilidad de ayudar a la persona afectada. En otros que llegan a consultar, el miedo a abordar la situación puede paralizar las opciones de ayuda y desembocar en la ruptura sin posibilidad de recuperación.

Rosalía es una mujer casada y con dos hijos de diez y once años. El marido conoció a una mujer en su trabajo que, posteriormente, le introdujo en un grupo de tipo satánico. A los pocos meses, el marido pagó una cantidad importante de dinero para vender su alma al diablo y así conseguir el amor de su amante. El marido empezó a mostrar alteraciones importantes, hasta el punto que se sentaba en el sofá de casa delante de los niños con un cuchillo en la mano y tenía una cabeza de carnero debajo de su cama recubierta de orina y heces. Se mostraba desconectado, agresivo, no atendía a su mujer y no jugaba con sus hijos. Tras ser asesorada, le mujer terminó optando por la separación. Los hijos precisaron ayuda psicológica debido al miedo que llegaron a tener a su propio padre.

Aunque también hemos podido observar que en ocasiones la relación no se rompe y el matrimonio continúa, a pesar de un elevado malestar por parte del cónyuge no comprometido con el grupo. En estos casos, nuestra función pasa por un acompañamiento en el proceso de ruptura y consecuente duelo de la familia.

Ana es una mujer de cuarenta años, casada desde hace doce y con dos hijos. El marido se ha comprometido con un grupo dogmático de base religiosa y ha expresado su deseo de bautizarse con el grupo y dedicar su vida al mismo. Ha intentado que su mujer, sus hijos y otros hermanos acudan al centro de reuniones con él. Los hijos no entienden lo que le pasa a su padre y ellos mismos son los que le dicen al padre que no entienden lo que éste les intenta inculcar. El padre, reacciona con irritabilidad a lo que su mujer y hermanos le dicen y tan sólo muestra reacciones depresivas cuando son sus hijos los que le muestran su extrañeza ante sus cambios. Pese a haberse planteado la separación en diversas ocasiones, consigue poner límites al marido y señalarle los puntos en los que no está de acuerdo con él. El marido no cree tener ningún problema, mientras que mujer muestra manifestaciones ansiosas que requieren ayuda psicológica.

En otras ocasiones, la ruptura puede darse debido a que es insostenible la relación, pero transcurrido un tiempo vuelve a aparecer una demanda de ayuda con respecto al cónyuge afectado. Si hemos podido trabajar con la pareja que lo primordial es mantener el cuidado de los hijos y que pese a la separación legal debería quedar una puerta abierta para la ayuda, la crisis posterior del afectado puede ser recogida por la misma familia, que sin rechazar al afectado puede de este modo ofrecer un acercamiento emocional pertinente. Es conveniente en estos casos acompañar al paciente para llevarle a un punto de menor confrontación y ataque, de forma que quede receptiva por si pasado el tiempo apareciera una crisis.

Maria es una mujer de cerca de cincuenta años, casada y con dos hijas pequeñas. Acude a pedir ayuda porque su marido ha cambiado, se muestra desconectado, se dedica cada ve más a asistir a un grupo de Nueva Era en detrimento de las relaciones previas y presenta otros síntomas compatibles con una dependencia. En casa, descuida sus ocupaciones habituales, se muestra apático, impone sus actividades de meditación a los hijos, esparce velas por la casa, etc. Tras un año de divorcio, vuelve a ponerse en contacto la mujer porque su marido ha entrado en crisis de conocimiento y presenta síntomas de elevado malestar. Pide hablar con su mujer y sus hijos, desea arreglar la situación, pero sigue sin reconocer totalmente la influencia que se ha ejercido sobre él.

La mayoría de las veces, en la separación concurren situaciones pasadas de conflicto que no han podido resolverse y que llevan a un deterioro importante de la relación. Las situaciones clínicas están entonces enormemente embrolladas y resulta complejo deslindar entre el conflicto matrimonial ‘per se’ y el conflicto resultante de la pertenencia al grupo de uno de los dos cónyuges.

Ya sea porque la pareja de padres se conoció dentro del grupo o que durante el curso de la relación uno pasa a comprometerse con un grupo, el resultado habitual es una gran polarización de las visiones de cada uno, de forma que es difícil intervenir terapéuticamente, ya que cada uno de los padres sostiene su verdad de forma vehemente.

Nuestra función, que debería orientarse hacia una reconversión de la demanda de ataque al otro en demanda de ayuda para la construcción de un espacio de diálogo, se queda muchas veces en un intento, debido a los abandonos que nos encontramos o a que es impracticable una situación de mediación. En cualquier caso, deberíamos orientarnos para ofrecer al familiar los recursos necesarios que eviten un divorcio litigante y poder trabajar con él la parentalidad.

Francisco es un padre separado de hace años de una mujer que en su día entró en contacto con un grupo de base ufológica. Tras una disputa legal encarnizada, el padre consiguió la guardia y custodia de los hijos. Pasados unos años, acude a consultar porque la hija -cercana a cumplir la mayoría de edad- expresa querer irse con su madre. El padre ha observado unos cambios en su hija y tiene la sensación de que pudiera estar siendo influenciada por su madre. La demanda del padre es la de certificar que el grupo es un grupo manipulativo, pero en ningún momento plantea la necesidad de entrevistarse con la hija. Durante el juicio, la parte contraria le acusa a él mismo de haber pertenecido tiempo atrás a un grupo dogmático y la hija le dice justo al salir de la sala "tú ya no eres mi padre". El padre no aceptó más ayuda terapéutica y siguió litigando.

En estos casos de separación, el ataque es mutuo y se espera del especialista que tome parte por una de las partes. Al plantear la necesidad de tener una entrevista con las personas afectadas, el familiar urge con la toma de decisiones. El empleo que hacen los familiares de nosotros es muchas veces utilitarista, buscando la certificación de tal o cual situación antes que la salud mental del niño. En algunas familias parece que lo más importante sea demostrar que el otro está en un "grupo-secta" antes que pararse a pensar cómo podría influir esa situación en el cuidado de los hijos y qué debería hacerse para lograr ayudar a la persona afectada.

Y aunque es cierto que en casos de separación es posible que uno de los padres emplee los momentos en que está con su hijo para llevarle a reuniones del grupo, hay que decir que en estas ocasiones un contacto con el padre afectado puede ser una buena ocasión para mostrar el desacuerdo con él y que estos intentos no terminan irremediablemente en una captación.

En cualquier caso, el poder trabajar con la familia estas situaciones puede ayudar a determinar si las fantasías de la familia guardan correspondencia con la realidad del grupo, y en el caso de que sea así, ayudarles para afrontar la conflictiva de otra manera, evitando así que pongan en marcha opciones fuera de la legalidad y apoyarles afectivamente en todo este proceso.

Acude una madre de una niña de 8 años para informe pericial, ya que está siendo influenciada por el padre, que pertenece a un grupo oriental. El padre, que ya padecía un trastorno de la personalidad previo, desde que se vincula al grupo insiste en que introducirá a la niña en el grupo. Se la lleva a las reuniones, la deja en una habitación sola, le pone micrófonos para grabar lo que dice y emplearlo en el proceso judicial y critica a su madre. La niña muestra un cuadro ansioso, habiendo tenido una crisis de ansiedad en la que se daba de golpes con la cabeza contra un cristal. Mantiene buen vínculo afectivo con la madre, pero muestra un miedo intenso a su padre y un rechazo total a marchar con él los fines de semana asignados. La madre se ha negado en repetidas ocasiones a que el padre se la llevara el fin de semana, complicando más el proceso de separación y añadiendo dificultades penales.

Nos encontramos también con demandas donde se nos pide que actuemos de aliados en contra de padres que, aún habiendo tenido algún contacto inicial con un grupo dogmático y pese a no haber más contacto con el mismo, el contrario busca aportarlo como prueba en el proceso judicial para conseguir la tutela de los niños. En estas situaciones parece de primordial importancia determinar cuál fue el grado de contacto y posterior compromiso del padre con el grupo, así como conocer toda la historia de relación de la pareja para determinar dónde se ubica ese ataque.

Rosa es una mujer casada con una hija, que a raíz de problemas de relación con su marido, plantea la separación. El marido no desea la separación. La mujer plantea ir a consultar a una "terapeuta", que finalmente resulta una adepta captadora para un grupo. Asiste a varias reuniones, hasta que termina dejándolo y acudiendo a otro profesional. En el curso de la separación, el marido plantea que la mujer asiste a unas reuniones de un "grupo-secta" y que, por tanto, no se encuentra capacitada para asumir sus responsabilidades como madre. La máxima manipulación en este caso no provenía del grupo al que asistía la madre, sino del intento desesperado del padre por frenar una situación irremediable de divorcio.

Como ven, poner en marcha la función terapéutica en estas situaciones tan conflictivas no es tarea fácil, ya que dejan poco espacio para la propuesta de una comprensión más profunda del problema. A ésto hay que añadir que la percepción de la familia es que nosotros estamos para resolver el problema concreto del compromiso grupal del otro, pero no para ayudarles a trabajar sus dificultades personales en relación a esta situación.

 

Comentarios finales

Al igual que no disponemos de estudios representativos sobre la situación de los niños en estos grupos, tampoco disponemos aún de un estudio sistemático sobre las dificultades que pueden tener éstos al salir de uno de estos grupos.

Sin duda, uno de los mayores interrogantes aparece cuando observamos situaciones en las que existe un bebé de por medio. Las repercusiones que puede tener una influencia desde el mismo momento del nacimiento no están claras todavía. Sin embargo, pretender que no habrá impacto alguno sobre el bebé es obviar una influencia que está presente, ya que "en el momento en que la boca encuentra el pecho, encuentra y traga un primer sorbo del mundo. Afecto, sentido, cultura, están copresentes y son responsables del gusto de estas primeras moléculas de leche que toma el infans" (Castoradis-Aulagnier, 1978).

Gloria es una estudiante de postgrado de Psicología que cursa estudios de observación de bebés. Encuentra una familia con 1 hijo varón de un año y el inminente nacimiento de una niña que será observada durante sus dos primeros años de vida. Durante la mitad del primer año, la observadora no tuvo conocimiento de que los padres pertenecieran a un grupo dogmático de base religiosa. Tan sólo más tarde, de forma fortuita, observó un escudo en la puerta del mismo que los identificaba como pertenecientes a ese grupo.

Tras ese momento, las referencias de ambos padres son continuas, suministran literatura sobre el grupo a la observadora y ésta siente que intentan captarla. Durante la supervisión del material de observación no se dio mayor importancia a la pertenencia ambos cónyuges al grupo, en tanto que no era material de observación y en tanto que se designó como la religión de los padres.

Tanto a la bebé como al hijo, la observadora comprobó que se le ponían cintas del grupo que contenían enseñanzas del grupo, tenían libros de colorear y relatos escritos del grupo que se le leían cada noche.

En el caso de los niños que nacen dentro de un grupo, éstos tan sólo tendrían la visión que el grupo ofrece para interpretar la realidad externa e interna, de forma que una vez consiguen salir del mismo, no es infrecuente que continúen empleando el mismo tamiz interpretativo en sus relaciones.

Uno podría pensar que cuando un niño nace dentro de un grupo dogmático, permanecerá en él toda la vida, aunque algunos casos atendidos parecen contradecir este supuesto; hemos tenido ocasión de observar algunas situaciones de personas que nacieron dentro del grupo o pasaron gran parte de su infancia en contacto con el mismo, pero que al llegar a la adolescencia pudieron poner distancia con el mismo.

Autores que han estudiado la experiencia de las madres en grupos y el impacto que tienen estos grupos sobre el vínculo madre e hijo, concluyen que la afiliación a un grupo dogmático no daña permanente e irreversiblemente la relación madre-hijo y que, por tanto, el pronóstico para la recuperación es optimista (Stein, 1997).

Alan es un chico de 16 años que nació en un grupo al que estaba ligado su madre desde hacía años. La madre, hija adoptiva que no llegó a conocer a su padre, vivía en una comuna del grupo. La salida de la madre se dio cuando se encontró arruinada, sin trabajo, sin domicilio y sin apoyo externo ninguno. Se estableció fuera del grupo y reestableció relación con el padre de su hijo, al que encontró en la calle mendigando tras largos años sin contacto alguno. La madre lo acogió en casa y pasaron a convivir los tres. El comportamiento de la pareja de la madre es de agresión verbal y emocional continua hacia la madre y el hijo se ve envuelto en numerosas discusiones. El chico, de carácter introvertido, pasando largas horas delante del ordenador y tiene pocos amigos. La actitud hacia el hijo también es de desprecio hacia esta nueva pareja y siente que su madre es débil por no romper con él. Pese a los intentos de la madre, ésta no puede desengancharse de esta relación abusiva. El hijo ha expresado recientemente su deseo de alistarse en la marina para convertirse en soldado.

En este caso, al igual que en otros, el niño que ha nacido dentro de un grupo puede legar a remontar la situación por muy penosa que haya sido y poner en marcha recursos de afrontamiento para hacer frente a la situación. Cyrulnik (2002) ha descrito un mecanismo de resistencia al sufrimiento que protege al niño de situaciones traumáticas (la resiliencia), un proceso mental que comprende tanto la capacidad de amortiguar el daño de la herida emocional como el impulso de reparación que emerge de esa misma resistencia. Las defensas que se ponen en marcha para superar el dolor mental resultante del trauma son las de negación, el aislamiento afectivo, la huida hacia delante, la intelectualización y la creatividad.

Igualmente, ciertos discursos sociales pueden impedir el desarrollo de la resiliencia, en tanto que instauran una representación social sobre el trauma y sus consecuencias. Una de nuestras funciones es la de podernos mantenernos suficientemente neutrales para poder observar y aumentar la comprensión de éstas y otras situaciones relacionadas, sin encorsetar de entrada a la familia o al niño como "sectarizados". Creemos que nuestra función no es "colgar la etiqueta", sino ayudar a contener la ansiedad, favorecer la elaboración y ofrecer los elementos necesarios para asegurar que las funciones parentales no se destruyan: es decir, restablecer el adecuado funcionamiento del sistema continente de la familia cuando éste se ve amenazado por una influencia dogmática externa.

 

 

* Articulo recogido en el Libro de Ponencias de las Jornadas Internacionales de la FECRIS, "Cults: Prevention for Children and Teenagers". Barcelona: 10-13 mayo de 2002.

 

Referencias:

Aronoff, J.; Lynn, S.J. & Malinoski, P. (2000), "Are cultic environments psychologically harmful?". Clinical Psychology Review, 20(1): 91-111.

Asser, S.M, & Swan, R. (1998), "Child Fatalities From Religion-motivated Medical neglect". Pediatrics, 101 (4), 625-629.

Castoradis-Aulagnier, P. (1978), La violence de l’interprétation. Du pictogramme à l’énoncé. Paris: Presses Universitaires de France.

Cyrulnik, B. (2002), Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida. Barcelona: Gedisa.

Diet, A. (2002), "Sectarisme et déparentalisation". Le Journal des Professionnels de l’Enfance, 15, 30-32.

Dicks, H.V. (1970), Tensiones matrimoniales. Buenos Aires: Hormé.

El Mountacir, Hayat (1993), Les Enfants des Sectes. France: Fayard.

Halperin, D. (1989), Cults and Children: The Role of the Psychotherapist. Cultic Studies Journal, 6 (1), 76-85.

Jougla, S. (2000), "Les enfants et les sectes". VV.AA., Penser le risque sectaire: État de droit et acte éducatif. Paris: Ministère de la Jeunesse et des Sports

Langone, M.D. & Eisenberg, G. (1993). "Chilldren in Cults". Michael Langone (ed), Recovery from Cults. Norton Library.

Markowitz, A. & Halperin, D. (1984), "Cults and Children: the abuse of the young". Cultic Studies Journal, 1, 143-155.

Perlado, M. (2001), La clínica del dogmatismo y la perversión de la transferencia. Libro de ponencias - Jornadas sobre el Trastorno de Dependencia Grupal en los Grupos de Manipulación Psicológica. AIS - SCS: Barcelona, 30 de noviembre.

Stein, A. (1997), "Mothers in cults: The influence of cults on the relationship of mothers to their children". Cultic Studies Journal, 14(1): 40-57.

Thomas, J.E. (1987), "Avualuació de la família". Jornades de Treball del CEPP: Psicoterapia de Família. Barcelona.